Bienvenido al jardín. Curioso, ¿verdad? Un jardín
en una biblioteca. Cuando concebí este proyecto, tomé como ejemplo de
estructura la biblioteca en la que había trabajado por un tiempo: una
biblioteca grande, ubicada en un edificio antiguo, que alberga muchos
departamentos con diferentes finalidades. Y que tiene un jardín. A algunos de
vosotros jamás se os habría pasado por la cabeza incluir un jardín en una
biblioteca, al ver esta sección, quizá creísteis que estaba loco (no vais
desencaminados); otros, en cambio, no visteis nada raro aquí: las bibliotecas
que frecuentáis tienen jardines, incluso parques enteros rodeándolas.
Yo, ahora mismo (en un espacio y tiempo diferente al
tuyo), estoy escribiendo esto en una biblioteca con un patio interior. Su suelo
es de madera, no hay tierra ni hierba, pero crecen enredaderas que cubren toda
una pared (los estudiantes las miran pensando si soportarán su peso cuando
quieran escapar de aquí en época de exámenes). ¿Es eso un jardín? Bueno, según
la R.A.E., un jardín es todo aquel “terreno donde se cultivan plantas con fines
ornamentales”. También es un “retrete de barco”, una “mancha de esmeralda” y la
“acumulación de vello” (una de las tres anteriores es falsa, a ver si adivináis
cuál). No creo que esas enredaderas decoren mucho, la verdad. Ni que nadie las
riegue (pobres). Si a eso lo llamamos jardín, a mí parecer aquí hay un síntoma
de un problema mucho más grave.
Amigo, voy a ponerme el bigote de pega para
hacerme el listo y hablarte de un hombre llamado Ebenezer Howard. Este hombre,
nacido a finales del siglo XIX, vivió en una de las ciudades más infectas y
mortíferas de la época: Londres. Sí, Londres. Con su revolución industrial ahí
echando humo y los niños trabajando en fábricas, familias enteras viviendo en
sótanos y asesinos en serie destripando prostitutas. Este hombre pensó que
debía hacer algo para arreglar eso y creó el concepto de ciudad jardín. Una
ciudad autosuficiente rodeada de vegetación que impidiera el crecimiento
descontrolado de sus habitantes. La idea fue bien acogida (no sin especulación
urbanística de por medio, cosa que el propio Ebenezer quiso evitar y no pudo,
así somos los humanos), pero pasaron muchos años hasta que Londres la llevó a
cabo, creando un cordón verde alrededor de la ciudad que impedía que siguiera
creciendo. Un tiempo después, Seúl también lo implantó. Desde entonces esas
ciudades viven en paz y armonía, todo el mundo imitó la iniciativa y el
calentamiento global es una mentira inventada por las grandes empresas que
tienen secuestrado a Papá Noel. Vale, no. Rebobinemos. Los humanos simplemente
saltamos el cordón verde y seguimos construyendo al otro lado. Resultado: una
ciudad llena de jardines en el interior.
La idea se tergiversa en beneficio de la
humanidad, como siempre. Las ciudades crecen y, a su vez, se construyen
parques, jardines, y se plantan los típicos árboles medio muertos que hay en la
acera (que tienen un cacho agujero cuadrado para que te tuerzas el pie si no estás
atento, sí). Y la gente se queda tranquila. Ay, qué buenos somos con la
naturaleza, el pulmón del mundo, que nos lo hemos trasplantado aquí a la ciudad
para que limpie el aire de toda la m***** que echamos. No, no, ¿dejar de
contaminar? ¡Tráiganme unas enredaderas! Algo de oxígeno producirán, ¿no? Digo
yo.
Por supuesto, es mejor una ciudad llena de verde
que una ciudad llena de humo y destripadores de prostitutas. Pero todavía hay
malentendidos. Me quito el bigote de pega y así las miro, a mis amigas las
enredaderas de la biblioteca. Pobres. Hemos convertido una bonita utopía donde
personas y vegetación podíamos convivir en paz en una subyugación esclavista.
Y eso nos lleva a este jardín. El jardín de la
Biblioteca Cabanilles es digital. Imaginario. Existen muchos más allá fuera que
son reales y os invito muy mucho a que vayáis y os tumbéis en ellos. Pero si
por alguna razón de aquellas de la vida no podéis… bueno, bienvenidos. Aquí
hablaremos de plantas. Aquí apelaremos a la lírica, porque quizá la lírica
toque el alma de una forma instintiva como lo hace la naturaleza. Habrá poemas,
fotografías llenas de vida, sentimientos (oh, sentimientos).
Como bibliotecario he podido rescatar algunas
plantas. Las tengo en macetas, que son como prisiones pequeñitas, y me siento
un poco mal por ello. Pero, ¿qué puedo hacer? Quizá lo más inteligente sería
plantarlas en cualquier montaña, pero no soy tan experto como para saber si eso
está bien o no. Así que les he puesto nombre, las cuido y las quiero como si
fueran un perro o un conejo. Ellas serán las responsables de gestionar esta
sección y de presentaros los contenidos. Yo me pasaré de vez en cuando para
comprobar que no hayan hecho alguna de las suyas.
Ahora solo me queda despertarlas.
¡DESPERTAD!
Hoy es el primer día, chicos. Sed amables o no volverán a
visitaros. Aquí os dejo.
Del llegar a casa
Y arrancadas las piedras
del cielo ya oscuro y contaminado
me expulso en laberintos de alambre
hasta surcar los fríos y
de peluche, la pulga, entrar.
Con fuego y esperanza
el ruido se levanta puesto,
y raudas las verdades piando
van de mis yemas a mis palpitares
entre ondas que no llegan.
Y entre ruedas y raudales
de troncos yo me troncho
de las finas sombras
usadas por poetas anteriores
que me atrapan para no
responder un para qué.
Que llego velocidad luz
que beso sus manos y sus pies
y exploto
en alegría
pues no entiende de repeticiones exageradas.
Y del llegar a casa un mundo
que es todo ella
y lo vislumbro en sus pupilas
a través de las mismas mías
y creo
y siento, y adiós a este esperpento
qué bonito, el amor.
Siempre que se va se tiene que volver.
En fin...
Blas, eres genial.
ResponderEliminarMe sacas los colores.
ResponderEliminarGenial la idea del jardín...y muy fan de Chiqui :-)
ResponderEliminar¡Muchas gracias por comentar, Quim! Todo un honor. Espero que te gusten las siguientes entregas :)
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