El increíble Hotel Cero. Capítulo 3.

Esteban sigue enfrentándose a los problemas que ocasiona vivir en un hotel lleno de criaturas extrañas junto a su abuelo. Un día sale del baño y toda la realidad se ha dado la vuelta, aparecen pintadas misteriosas y un tipo con sombrero cae del cielo, pero ¿para qué?

Hola de nuevo, bibliófilos y bibliófilas, comedores de letras. No voy a extenderme mucho en esta parte, pero quiero comentar un par de cosas (no, no este comentario) antes de dejaros el relato para vuestro disfrute. 

Por el momento, se suprimen las pistas que aparecían en los relatos de El increíble Hotel Cero. Tampoco es una hecatombe mundial. Depende de la respuesta del público el que vuelvan o no. Eso sí, seguiré escribiendo estos pequeños relatos con una cadencia bimensual porque me encanta escribirlos. ¿Por qué se quedan en la Sala de Juegos, entonces? Porque siguen siendo un juego, una intriga. Los lectores pueden ir recogiendo pistas y reflexionando sobre el secreto detrás del hotel igualmente. Podéis utilizar los comentarios para volcar vuestras teorías.

Me despido de vosotros hasta la próxima entrada, que será el cuarto capítulo de Fénix y Tronqui

¡Nos leemos!

En las nubes

Esteban se había levantado contento esa mañana. Se había vestido y había salido corriendo al jardín. La hierba seca rodeaba el alto edificio, separada por un camino de grava. El cielo brillaba sobre él, y Esteban se había parado a observarlo un momento antes de entrar en la caseta de madera que hacía las veces de baño. Las nubes eran grandes y salpicaban el cielo sin oscurecerlo.
Tiró de la cadena y se subió la bragueta.
—Muchas gracias por sus servicios —dijo en tono alegre.
El hotel Cero era su casa desde hacía unos meses y ya había aprendido unos cuantos trucos de la rutina diaria.
Abrió la puerta, dio un paso hacia delante y a punto estuvo de caer al vacío.
Toda la realidad se había torcido hacia la izquierda.
El hotel estaba en horizontal y parecía que fuera a caer de un momento a otro.
—¿Qué? ¡Pero si le he dado las gracias!
—Seguro que hoy tu chorro ha sido más largo y apestoso que de normal.
Margarita había aparecido de la nada. Era el fantasma de una burra con la cabeza vuelta del revés.
—¿Te prometo que mañana volveré a mear normal? —dijo el niño.
El fantasma lo apremió con sus pezuñas. Esteban cerró y abrió la puerta. Todo estaba en su sitio. Cruzó el jardín para ir a desayunar.
—Gracias, Margarita.
—Hasta luego, pequeñín.
Entró en la recepción y se dirigió a una de las puertas que había al lado de la escalera. Se oían gritos y risas en el interior. El comedor bullía atestado de huéspedes. La señora Tablas ofrecía uno de sus espectáculos de marionetas. El pintor Ramone explicaba los distintos pinceles que existían a todo aquel que quisiera escucharle. Por el fondo de la sala paseaba el Hombre de Papel de Alba. Y el abuelo Paul servía raciones a todo el que se acercaba con su plato.
—¡Esteban! ¡Prueba los huevos rotos! —dijo, cuchara en mano.
Al oír su nombre algunos huéspedes se giraron y le dieron los buenos días, animados.
—¿Dónde están los de la sexta planta? —preguntó el niño.
—No tengo ni idea, hijo.
—Señor Esteban, ¿cuándo será tan amable de acompañarme en la aventura de la mariquita? Para mí es muy im…
—Mi nieto no va contigo a ninguna parte, chucho, así que cierra el hocico.
El caballero Can agachó las orejas y siguió comiendo del plato.
Esteban fue a sentarse al lado de Ramone. Terminado el desayuno, su abuelo le mandó regar la hierba del jardín.
El niño no entendía por qué lo hacía. La hierba siempre había estado seca y nunca había dado señales de recuperarse, pero no tenía nada mejor que hacer, así que obedecía a su abuelo. Estaba solo con la manguera, cerca de la valla, cuando oyó un grito que se fue intensificando por momentos. Esteban levantó una ceja y miró al cielo. Un hombre trajeado cayó sujetándose el sombrero de copa.
La nube de polvo que dejó al tocar tierra tardó unos segundos en desvanecerse. Esteban cortó el agua de la manguera y se acercó corriendo. Cuando llegó, vio que aquel señor estaba usando un bastón para levantarse. El sombrero se le había arrugado y tosía a causa del polvo.
—¿Se encuentra bien?
El hombre tosió una vez más antes de contestar.
—¿A ti te parece que me encuentre bien, jovencito? No, no. Estar bien es ahora algo impensable para mí. —Con una sacudida el sombrero se recompuso—. Mi casa ha desaparecido. Estaba preparando el desayuno cuando…
—¿Por qué ha caído del cielo? ¿No se ha hecho daño?
El hombre cerró los ojos, apretó la boca y se sacudió el polvo hasta quedar impoluto.
—Veo que eres un niño impertinente. No se interrumpe a los adultos cuando hablan. Eso es algo impensable, espero que no vuelva a ocurrir. —Se agachó para estar a su misma altura—. Y ya te lo he dicho. Abre bien las orejas, aprenderás más rápido. Mi casa ha desaparecido. Mi casa estaba en una nube y la nube ha desaparecido.
—¿Vives en una nube? Eso es un poco raro.
—Niño, yo no soy el que vive encerrado entre bloques de piedra. ¿Qué pasaría si se te cayeran todos encima? Eso sí es una verdadera locura.
—Bueno, pero las piedras también sirven para cosas chulas.
—¿Cómo cuáles?
—Ayer vino un niño y desde entonces no ha parado de pintar paisajes en ellas. Ramone está un poco enfadado, yo se lo noto, pero las paredes ahora están más bonitas. Yo intenté hablar con el niño, pero solo me mira y sigue pintando.
El hombre observó el hotel durante un rato. Se puso el sombrero y empezó a caminar con el bastón bajo el brazo. Esteban lo siguió.
—Por cierto, mi nombre es Don Not, jovencito.
—Yo soy Esteban. Si quiere dormir en el hotel puedo llamar a mi abuelo.
—Encantado, Esteban. Pero no voy a quedarme en el hotel.
Don Not se paró frente a la puerta del edificio. Se fijó en el cartel: H tel. La O hacía tiempo que colgaba boca abajo. El mostrador de la recepción estaba pintado, pero solo por el lado izquierdo. El abuelo Paul se había puesto furioso al ver al niño con sus pinceles y no pudo terminar la obra. A Esteban no le gustaba lo que había pintado, parecía el mar, pero no estaba seguro. Don Not se inclinó para observar mejor. Llevaba las manos en la espalda y daba vueltas a su bastón.
Los huéspedes se encontraban recogidos en sus habitaciones, pues, aunque no lo pareciera, siempre tenían muchas cosas que hacer. Don Not comenzó a subir los escalones de dos en dos dando saltitos. Esteban salió de sus pensamientos y lo siguió.
Recorrieron el hotel encontrando y observando todas las pinturas. Las paredes del pasillo de la primera planta albergaban montañas verdes y un cielo raso. En el tramo de escaleras entre la segunda y la tercera planta un volcán inactivo. Casi pasaron por alto el techo de la quinta planta, donde una bandada de pájaros en formación parecía volar sobre sus cabezas. Al fin, descubrieron nubes pintadas en las puertas de las habitaciones de la sexta planta. Esteban pensó que su abuelo se iba a poner furioso cuando descubriera todas aquellas pintadas.
—No se pueden abrir —dijo Esteban tras una rápida comprobación.
—Esta es mi casa —dijo Don Not.
Esteban se acercó y observó la pintura.
—Solo es una nube como cualquier otra.
—Vaya que sí eres un maleducado. Dime, ¿dónde se hospeda este niño pintor del que me hablas?
—En la 12.
Don Not recorrió el pasillo sin decir palabra y Esteban fue tras él. Bajaron hasta la primera planta y se pararon frente a la segunda puerta empezando desde las escaleras.
—Esteban, vengo del jardín, ¿por qué no…? Oh, perdone, caballero. Mi nombre es Paul, soy el dueño de este hotel. Espero que mi nieto no lo haya importunado. Y disculpe las pinturas, tenemos un huésped que…
Don Not le estrechó la mano.
—En absoluto. Tiene usted un chico muy atento y servicial. Cualquiera estaría orgulloso.
Esteban lo miró arqueando una ceja.
—¿Le ha dado la habitación número 12? Lo siento mucho, pero es justo la que ocupa este huésped del que le hablo. De todas formas, siempre le digo a mi nieto que no haga registros sin estar yo delante.
Don Not levantó la mano y negó con la cabeza.
—No voy a quedarme, señor Paul. De hecho, vengo a visitar al huésped de esta habitación.
—¿Al niño pintor?
—De hecho, no es ningún niño pintor.
Don Not pateó la puerta con violencia hasta que se salió de sus goznes. El sombrero le cayó al suelo y varios mechones le cubrieron la cara, sujeta por una expresión de rabia. Al terminar, volvió a su rostro neutro, se peinó con la mano, se puso el sombrero y entró.
—Es un pintor ladrón —dijo.
Por dentro, la habitación medía de ancho exactamente lo mismo que todas las demás, pero era tan alta que no se veía el final. Esteban pensó que atravesaba todo el edificio y más, pero eso era imposible. Todo estaba pintado de tal forma que emulaba el jardín de una mansión, con piscina, palmeras y sirvientes. En el centro de toda esta amalgama de colores, un ser arrugado hacía como que tomaba el sol.
—¿Qué es todo esto? —gritó Paul.
—Cuando este ser pinta algo, lo roba de la realidad. Todas estas palmeras han dejado de existir en sus respectivos terrenos, igual que estos sirvientes han desaparecido de sus casas.
El ser arrugado se quitó las gafas de sol. Al verlos allí en el umbral de la puerta cogió un pincel y empezó a dibujar a toda prisa en la pared más cercana. El sombrero de Don Not desapareció de pronto, pero su bastón se alargó como una lanza y golpeó al ser en la cabeza, dejándolo inconsciente. Don Not se acercó a la pared y empezó a borrar con la manga el sombrero que había dibujado el ser en la pared. Poco a poco volvió a existir en la realidad sobre su cabeza.
—Pero eso significa que las montañas, los pájaros… —dijo Esteban. —¿Cómo hemos podido dejar entrar a esta cosa en nuestra casa? —Se pintó a sí mismo como si fuera un niño, claro. Si lo piensas bien, algo muy espeluznante, pero se lo borró de encima, así que…
Don Not le dio dos golpecitos cariñosos en la cabeza a Esteban.
Esteban y Paul pasaron horas limpiando toda la pintura de las paredes. Don Not solo limpió la que era su casa. Fue al jardín, apuntó al suelo con su bastón y este se estiró hasta que el hombre se hizo tan pequeño en el cielo que ya no pudieron verlo. Los huéspedes de la sexta planta pudieron salir de nuevo, famélicos por haberse perdido el desayuno.
—Por culpa de gente como tú, la mayoría cree que a este hotel solo vienen las peores criaturas.
El abuelo Paul le dio una patada al ser arrugado en dirección a la puerta de la valla. El ser salió corriendo de los límites del hotel Cero.
Aquello encendió una chispa en la mente de Esteban.
—¡Si vuelvo a verte por aquí no habrá pintura que te salve!
Era la primera vez que Esteban pensaba en el exterior del hotel, en lo que había fuera. Arrugó la frente y se rascó la nuca. No recordaba haber crecido en el hotel. Tampoco recordaba cómo había llegado hasta allí.

                                                   Fin


 

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